domingo, 21 de diciembre de 2008

REALIDAD EXTREMA

Como por arte de magia sus ojos se cristalizaron y sus mejillas comenzaron a mojarse. Era tarde, estaba sola y su reflejo en la ventana le hacía notar lo que estaba sucediendo, revelándole a sus ojos lo que tal vez quería esconder.
Sus ideas comenzaron a recorrer la habitación de rincón a rincón. Algunas intentaban escapar por el ojo de la cerradura de una puerta que ni siquiera estaba cerrada; otras se apresuraban tanto por escapar que terminaban estrelladas contra una pared.
Las agujas del reloj se posaban como estatuas y la luz del velador la encandilaba tanto que ya no se reconocía en el reflejo. Un sillón amoldado a su cuerpo le incomodaba la vista pero la incitaba a sentarse nuevamente en él; rasgado, de cuero viejo, seguía siendo cómodo. Sin embargo, se sentó en el piso frío y finalmente se dejó vencer hasta quedar reposada sobre él. No era la primera vez que veía a los muebles de su habitación enormes e inalcansables, pero, ahora, alcanzar un almohadón de su cama hacía su brazo demasiado corto y alargaba la distancia como un chicle que juega entre dos dedos.
No deseaba levantarse pero tampoco observar el techo que de tan blanco se confundía con una nube gigante que nublaba su vista. De repente, una de sus ideas se estrelló en su cara y sus manos, acto reflejo, taparon sus ojos. Se mantuvo inmovil por unos segundos hasta que comenzó a entreabrir sus dedos mediante los que podía ver nuevamente el techo, menos claro pero más cercano. Sus manos se apoyaron lentamente en el piso e hicieron fuerza para que se sentara. Su vista se anclaba nuevamente en aquel sillón y sus piernas inconscientes se arrodillaron hasta llegar a erigirse y dejarla colocada otra vez frente a esa ventana. El reflejo de su rostro era más nítido pero no se quedó observándolo. Giró suavemente sin visualizar las ideas que seguían rondando por la habitación, se dirigió hacia la puerta y se perdió a través de ella.

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